17 de noviembre de 2011

En ruinas


Miro a mi alrededor y no comprendo lo que veo. Todo está hecho un desastre: allí dónde debería estar mi casa, todo es polvo y cenizas que irritan mis ojos y crean aún más lágrimas amargas. Parpadeo una vez más, con la esperanza que cuando vuelva a abrir los ojos, todo volverá a la normalidad, que mi casa volverá a alzarse delante de mis ojos, y esta pesadilla habrá terminado.

Abro los ojos lentamente, por miedo a la imagen que veré. Como en el fondo ya sabía, nada ha cambiado: edificios derrumbados forman el paisaje a mi alrededor. El humo me hace toser, y en aquél momento me siento extremadamente desgraciada. Sin fuerzas, caigo sobre mis rodillas, que se ensucian de polvo, y rompo a llorar aún más intensamente.

Cojo polvo con las manos y dejo que se deslice lentamente entre mis dedos y se lo lleve el viento volando. No sé qué hacer. El sentimiento de impotencia me invade, haciéndome sentir inútil y diminuta en medio de aquella ciudad en ruinas. No puedo explicarme que ha pasado, no tengo la menor idea de lo que ha sucedido. Lo único que sé es que estoy arrodillada y llorando delante de lo que una vez fue mi casa y que ahora no es más que polvo.

No sé donde está la gente, no sé siquiera si están bien, aunque la mera idea de pensar que mis familiares y amigos hayan sufrido algún daño me aterroriza. Estoy confusa, aún no acabo de creerme mi situación: lo siento todo lejano, como si fuera un sueño. No puedo aceptar que todo mi mundo se haya derrumbado en cuestión de segundos.

Me levanto con un gran esfuerzo, tambaleándome. Estoy cansada, muy cansada. Me siento vacía por dentro, como si también mi corazón se hubiera convertido en polvo. Doy tres pasos inseguros hacia adelante, y me obligo a mi misma a seguir andando. No sé a dónde me dirijo, pero necesito huir de allí.
No sé qué es lo que voy a hacer. De momento me alejaré de aquí, deseando despertar en cualquier momento y poder respirar aliviada sabiendo que no era más que un sueño. Seguiré andando, buscando algo que me de fuerzas, buscando alguien que me dé explicaciones. Intentando sobrevivir a esta situación tan nueva e inesperada que amenaza a destruirme a mí como ha hecho con todo lo que yo amaba.


14 de noviembre de 2011

La Huida


Corría sin parar ni mirar hacia atrás por entre los carrerones estrechos de la ciudad. Sabía que aún lo perseguían, y tenía miedo. Miedo por lo que podía pasarle si lo cogían. Por eso corría sin prestar atención a dónde se dirigía, sólo huyendo y evitando los viandantes, que lo miraban sorprendidos.
Intentaba confundir a sus perseguidores cogiendo calles poco transitadas y haciendo cambios de dirección a menudo. Conocía bien aquella parte de la ciudad, pero se estaba cansando de tanto correr. Aún así, no se podía permitir un descanso. Los pies empezaban a hacerle daño, y más de una vez tropezó y estuvo a punto de caer, pero siguió.
No tenía opción, se decía. Al cabo de unos diez minutos de carrera sin pausa, pensó que habrían desistido de buscarlo. Paró de correr y entró con precaución en un parque muy solitario. Se sentó en un banco que quedaba medio cubierto por plantas mal cuidadas y maleza y se quitó la cazadora.
Entonces, dejó sobre el banco la bolsa que había llevado todo el rato agarrada como un preciado tesoro. Con una sonrisa malévola la abrió y vació su contenido sobre el banco. De dentro cayeron objetos muy diversos: un paragua, pañuelos, xicles, unas gafas, compresas... Y entoces se puso mas interesante: un Ipod, un teléfono móbil y un billetero.
Satisfecho, comprobó que el teléfono estaba encendido y se lo guardó en el bolsillo, junto con el reproductor de música. En aquel momento abrió el monedero. Sacó de su interior el dinero (80 euros en efectivo) y también se los guardó. Entonces volvió a meter sin ningún cuidado todo lo que había sacado en el bolso y lo dejó abandonado en un banco un poco más allá. Ya tenía lo que quería y, una vez más, había conseguido escapar de la policía.