13 de diciembre de 2011

Un recuerdo


Seguía sentado en aquél solitario banco del zoológico. Cansado, con la vista perdida en el cielo, mirando las nubes de algodón que, sobre el cielo azul, bailaban juguetonas al ritmo de esa peculiar música: la de los ruidos provenientes de los diferentes animales que allí convivían. El hombre parecía no verlas. Simplemente estaba allí, sentado en el banco.
Normalmente, habría podido escuchar voces de niños y niñas que correteaban por allí gritando maravillados al ver cada nueva especie, arrastrando sus padres tras ellos para compartir su sorpresa. O grupos escolares, parejas,… Sin embargo, una tarde de martes no había nadie en el parque, sólo él y los anfitriones, esos animales que el hombre escuchaba sin sentir, habiendo transformado su música en un monótono ruidito sin interés alguno.
Pero de todos aquellos sonidos, uno destacó por sobre los demás, e hizo que el hombre desviara la mirada del cielo, intentando buscar su origen. Había sido un escalofriante aullido de lobo. El hombre se levantó con esfuerzo, y avanzó con paso tambaleante hasta el recinto de los lobos. Éste era bastante grande, y suponía que debía haber varios animales ahí. Él se fijó en seguida en tres animales en especial, un adulto y dos lobeznos, que avanzaban hacia él. El más joven, un cachorro, mordía la oreja de su hermano, e intentaba que éste se animase a jugar con él, pero el hermano no le prestaba atención, y dejaba que el pequeño correteara a su alrededor sin inmutarse. El adulto y él parecían tristes, y volvieron a aullar. El hombre se quedo mirando fijamente la escena, y no pudo reprimir una lágrima que, perezosa, empezó a caerle por la arrugada mejilla.
Esta lágrima era fruto del recuerdo que la imagen había despertado en el hombre, que revivió una situación que llevaba años y años enterrada en su memoria. Con tristeza, evocó aquellos múltiples veranos en casa de su abuelo, en su masía, donde, un día, habían llegado dos lobos malheridos. Su abuelo los adoptó, los curó y los alimento hasta que estuvieron mejor, mientras que el hombre, que entonces tendría unos siete u ocho años, los acariciaba y jugaba con ellos como si de perros se tratara. Una vez se hubieron recuperado, decidieron dejarlos en libertad de nuevo. En el momento de dejarlos en medio del bosque, los animales corrieron a refugiarse entre las piernas del joven, que con lágrimas en los ojos los animaba a empezar su vida en el lugar que les correspondía, como animales salvajes que eran.
Aún así, no consiguieron nada y cuando volvieron a casa, los lobos siguieron el coche viejo del abuelo, y llegaron a la casa decididos a quedarse en el lugar que ellos veían como su hogar. ¿Quién tendría el valor para echarlos ahora? Des de luego el chico no lo tuvo, y se quedaron allí, a formar parte de aquella familia cómo habían estado haciendo los últimos años.
Ahora, tantos años después, la imagen de esos animales había despertado en el hombre el recuerdo de sus veranos, de su abuelo, de su infancia. Sintió en impulso de alargar su mano para acariciar el gris pelaje de los lobos pero su mano no llegó a hacerlo: un cristal se lo impedía. Un cristal que era cómo la barrera inexistente que lo separaba de su niñez, que, pasada ya, no volvería.
El hombre se quedó arrodillado delante de aquella imagen, con la mano aún apoyada en el cristal, guardando la esperanza de acariciar por última vez aquellos animales que, por unos momentos, le habían permitido volver a tener siete años.

17 de noviembre de 2011

En ruinas


Miro a mi alrededor y no comprendo lo que veo. Todo está hecho un desastre: allí dónde debería estar mi casa, todo es polvo y cenizas que irritan mis ojos y crean aún más lágrimas amargas. Parpadeo una vez más, con la esperanza que cuando vuelva a abrir los ojos, todo volverá a la normalidad, que mi casa volverá a alzarse delante de mis ojos, y esta pesadilla habrá terminado.

Abro los ojos lentamente, por miedo a la imagen que veré. Como en el fondo ya sabía, nada ha cambiado: edificios derrumbados forman el paisaje a mi alrededor. El humo me hace toser, y en aquél momento me siento extremadamente desgraciada. Sin fuerzas, caigo sobre mis rodillas, que se ensucian de polvo, y rompo a llorar aún más intensamente.

Cojo polvo con las manos y dejo que se deslice lentamente entre mis dedos y se lo lleve el viento volando. No sé qué hacer. El sentimiento de impotencia me invade, haciéndome sentir inútil y diminuta en medio de aquella ciudad en ruinas. No puedo explicarme que ha pasado, no tengo la menor idea de lo que ha sucedido. Lo único que sé es que estoy arrodillada y llorando delante de lo que una vez fue mi casa y que ahora no es más que polvo.

No sé donde está la gente, no sé siquiera si están bien, aunque la mera idea de pensar que mis familiares y amigos hayan sufrido algún daño me aterroriza. Estoy confusa, aún no acabo de creerme mi situación: lo siento todo lejano, como si fuera un sueño. No puedo aceptar que todo mi mundo se haya derrumbado en cuestión de segundos.

Me levanto con un gran esfuerzo, tambaleándome. Estoy cansada, muy cansada. Me siento vacía por dentro, como si también mi corazón se hubiera convertido en polvo. Doy tres pasos inseguros hacia adelante, y me obligo a mi misma a seguir andando. No sé a dónde me dirijo, pero necesito huir de allí.
No sé qué es lo que voy a hacer. De momento me alejaré de aquí, deseando despertar en cualquier momento y poder respirar aliviada sabiendo que no era más que un sueño. Seguiré andando, buscando algo que me de fuerzas, buscando alguien que me dé explicaciones. Intentando sobrevivir a esta situación tan nueva e inesperada que amenaza a destruirme a mí como ha hecho con todo lo que yo amaba.


14 de noviembre de 2011

La Huida


Corría sin parar ni mirar hacia atrás por entre los carrerones estrechos de la ciudad. Sabía que aún lo perseguían, y tenía miedo. Miedo por lo que podía pasarle si lo cogían. Por eso corría sin prestar atención a dónde se dirigía, sólo huyendo y evitando los viandantes, que lo miraban sorprendidos.
Intentaba confundir a sus perseguidores cogiendo calles poco transitadas y haciendo cambios de dirección a menudo. Conocía bien aquella parte de la ciudad, pero se estaba cansando de tanto correr. Aún así, no se podía permitir un descanso. Los pies empezaban a hacerle daño, y más de una vez tropezó y estuvo a punto de caer, pero siguió.
No tenía opción, se decía. Al cabo de unos diez minutos de carrera sin pausa, pensó que habrían desistido de buscarlo. Paró de correr y entró con precaución en un parque muy solitario. Se sentó en un banco que quedaba medio cubierto por plantas mal cuidadas y maleza y se quitó la cazadora.
Entonces, dejó sobre el banco la bolsa que había llevado todo el rato agarrada como un preciado tesoro. Con una sonrisa malévola la abrió y vació su contenido sobre el banco. De dentro cayeron objetos muy diversos: un paragua, pañuelos, xicles, unas gafas, compresas... Y entoces se puso mas interesante: un Ipod, un teléfono móbil y un billetero.
Satisfecho, comprobó que el teléfono estaba encendido y se lo guardó en el bolsillo, junto con el reproductor de música. En aquel momento abrió el monedero. Sacó de su interior el dinero (80 euros en efectivo) y también se los guardó. Entonces volvió a meter sin ningún cuidado todo lo que había sacado en el bolso y lo dejó abandonado en un banco un poco más allá. Ya tenía lo que quería y, una vez más, había conseguido escapar de la policía.

18 de septiembre de 2011

Detrás del espejo

Tengo la mirada fija esa chica, que me vuelve la mirada casi desafiante. La observo, analizándola: tiene el pelo castaño oscuro mojado caiéndole sobre las espaldas, mojado. Sus ojos son marrones, intensos con las pestañas largas y abundantes. Es de piel morena, y tiende los labios rojizos bastante gruesos, dibujando una sonrisa torcida no muy alegre.

Es igual que yo, sin embargo, no me parece que sea yo misma. Aparto la mirada del espejo y me paso una mano por el pelo, pensativa. Acabo de salir de la ducha, por eso tengo el pelo mojado. Vuelvo a mirar la desconocida imagen del espejo y sonrío. Veo que ella me imita. ¿Qué tenemos en común? Está claro que somos iguales, pues claro, porque ella es yo. Pero ¿hasta que punto?

Imagino la situación desde fuera y me parece absurda. ¿Qué me está pasando? Pues claro que soy yo el reflejo que veo, es el reflejo de mi imagen. "Eres tú", me digo. "¿Quién iba a ser? Tú, Claudia, ésa eres tú". Lo sé, pero mirándo el espejo a los ojos sigo teniendo la sensación de mirar a una desconocida. Será que no me conozco... ¿Quién puede conocerme entoces? Ya hace unos días que tengo ésa sensación: de no saber quién soy, o qué estoy haciendo aquí, o cual es mi lugar.

Me seco el pelo con una toalla, de forma automática, y la chica del espejo sigue imitando todos mis movimientos. Me gustaría que hubiera un espejo para los sentimientos. No me sirve de nada saber cómo me veo, pero me encantaría poder ver de una forma ordenada todo lo que siento, pienso y, en definitiva, soy. Intento visualizar esa imagen en el espejo, pero no sé por dónde empexar.

Es muy difiícil saber lo que soy, o porque soy de esa manera. No sé que pensar, me siento vacía, como si no hubiera nada con significado dentro de mi, solo pensamientos y emociones borrosas deambulando sin dejar constancia de nada. ¿Estare vacía de verdad? Vuelvo a mirarme en el espejo, intentando ver algo más allá de mis ojos oscuros mirándome fijamente.

¿Quíen es esa chica que me está mirando? ¿Qué siente, qué piensa, dónde va? ¿Porqué se queda delante de mí sin hacer nada? ¿Qué está esperando? Todas esas preguntas y más se forman en mi mente, a la vez que las aplico a mi persona. "¿Que estoy esperando?". Supongo que una especie de revelación, una inspiración que me ayude a comprender... Pero entonces lo veo.

No voy a conseguir nada quedándome plantada delante de un espejo con tantas preguntas, dudas e incertezas... La única forma de conocerme a mí misma es vivir, dejar que mi mente se aclare, dejar que mis sentimientos y emociones fluyan en el día a día. Vivir, ser yo misma. Ésa es la única manera de comprender cómo soy: siendolo, siendo yo.

Sonrío una vez más, decidida a darme una oportunidad para demostrarme quién soy. Voy a mi habitación, cojo una camiseta y unos pantalones y me visto. Me siento alegre, feliz de haber avanzado un poco en ese rompecabezas de mi ser. Creo que el paso de dejarme libertad para descubrirme es el más importante. Sonrío, y salgo a la calle, dispuesta a mirar dentro de mí y ver lo que hay, descubrirme y comprenderme y, por fin, sentirme bien conmigo misma y, de una vez por todas, feliz.

29 de agosto de 2011

Puedes sonreír

Estaba encerrada en el baño llorando, sintiéndome completamente estúpida y rezando para que nadie entrara y me viera en tan ridícula situación. Estaba delante del espejo, con las manos sobre el frío mármol de la pica mirando mi reflejo a través de un velo de agua salada que cubría mis rojizos ojos.

"Mírate", pensé. "Estás hecha una mierda, Laia. Madura de una vez. Sigues siendo una niña,  nada más que eso. Y ahora estás aquí, encerrada en el baño llorando." Eso me hizo sentir aún peor, si eso era posible. Me sentí muy débil, pequeña, no lo suficientemente fuerte como para enfrentarme a todo lo que me esperaba al otro lado de la puerta cerrada.

Tenía que salir de allí, afrontar la realidad en lugar de encerrarme a esperar que pasara la tormenta. Pero era duro. Era demasiado duro saber que allí a fuera estaba esperando él. Acababa de decirme que todo había terminado, que ya no había nada entre nosotros. Sí, me había dejado, y lo peor es que creo que no sabía lo mal que me sentaban sus palabras. Cada vez que abría la boca era como si me clavaran un puñal en el corazón y lo retorcieran con fuerza.

Aún así, él no parecía notar que mis ojos se estaban llenando de lágrimas, y yo seguí aguantando tan firme como pude, buscando ese momento para huir y refugiarme en mi cueva de la vergüenza. Él había hecho una pausa, me había mirado a los ojos, supongo que esperando algún tipo de respuesta. No estaba muy segura de poder hablar sin que se me quebrase la voz y echar a llorar allí mismo, así que solo dije:
- Vale, si es lo que quieres, supongo que no hay nada que pueda hacer.

Me giré rápidamente, para que no tuviera tiempo de añadir nada, y me fui, andando muy dignamente e intentando no parecer tan afectada como realmente me sentía. Así llegué al baño, y allí exploté.
El sonido de la puerta abriéndose me devolvió a la realidad. Me metí a toda prisa en uno de los lavabos y me encerré en él.

- Laia... ¿estás ahí? Vamos, sal, cuéntame que pasó.
Reconocí la voz de Sara, mi mejor amiga y eso me tranquilizó. Pero tampoco me sentía muy dispuesta a salir en aquellas condiciones. Así que intenté calmarme un poco para contarle lo sucedido, aunque probablemente ya lo supiera. Me sequé las lágrimas con el dorso de la mano, que sequé a su vez en el tejano y salí, un poco más segura de mí misma:
- Sara...
- Oh, Laia. Venga, no pasa nada, ¿vale? cuéntamelo todo.
- No hay mucho que contar: Dani me ha dejado. Eso es todo.
- ¿Cómo? Pero si... bueno, mira, si no te sabe apreciar, es su problema. No sabe lo que se pierde.
- No me salgas con esos tópicos, Sara. Me da igual si me infravalora, porque la que esta jodida ahora soy yo, ¿sabes? Todo este tiempo juntos, ¿para eso?
- Tranquila, vas a superarlo. Yo y todas vamos a ayudarte a hacerlo. Todo va a salir bien, ¿vale?
- No, no va a salir bien. Me ha dejado, puedo con eso... con tiempo puedo superarlo. Pero porqué no ha sabido decirle nada de lo que pensaba? Porqué me he escondido de esta forma? No quiero seguir siendo esta niñita cobarde que no se enfrenta a nada.
- Pues sal, y dile eso a él. Suéltale todo lo que piensas, desahógate y te sentirás mejor.
- Me gustaría, pero no es tan fácil. Me bloqueo, y ahora estallaría a llorar delante de él, y te juro que es lo último que quiero hacer.
- Así que todo esto no es solo por Dani, ¿eh?
- Claro que lo es! Sara, me ha dejado, pero... en parte, yo veía que no funcionaba. Aún así, decidí ignorarlo, porque lo amaba y pensé que todo se arreglaría... Pero no lo hizo.
- Ya me imagino. Pero hay más. No estas solo enfadada con él, Laia. Estás enfadada contigo misma, con tu reacción.
- Pues sí, pero ¿que puedo hacer? Soy así de cobarde, soy así de...

Mientras decía esas palabras, las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos de nuevo. Mierda, ahora aún me sentía más débil.  Estuve un rato llorando, mientras ella se quedaba delante de mí, consolándome. Tenía que hacer algo al respeto. Realmente tenía ganas de decirle cuatro cosas a Dani, pero me daba miedo. No tenía el valor de salir e ir a buscarle.

- ¿Lo ves? - logré articular entre sollozos - ¡Doy pena!
- No digas eso, tía, sabes que no es verdad. Vas a limpiarte la cara y a aclarar las cosas con ése. Voy a avisarle.
- No, Sara, espera...

Pero se había ido, se había ido a buscar a Dani. Me limpié la cara, intentando disimular que acababa de llorar, aunque no creo que tuviera demasiado efecto. Me dije que podía hacerlo. Sara me había dado ese empujoncito que necesitaba, pero yo tenía que hacer el resto. Inspiré profundamente, calmándome, y entonces Sara me gritó desde fuera que saliera. Vale, era mi momento. "Vamos allá" me animé.

- Laia, me ha dicho Sara que querías decirme algo. Mira, nena...
- Cállate Dani, y escúchame. Entiendo que quieras dejarme, y realmente no hay nada que pueda hacer acerca de eso, pero deja que te diga algo: eres un cabrón. No contestes, aún no he terminado. Todos esos meses que hemos estado saliendo me he preocupado mucho por ti, por ambos y por lo nuestro, intentando haciéndolo funcionar esta vez, mientras parecía que a tu no te importaba lo más mínimo. He intentado cuidar esta relación, y ahora llegas tú y no sólo lo rompes todo, sino que además no te percatas de ello, ni de cómo duele.
- Laia, yo...
- No, Dani. Nunca escuchas a nadie, nunca me escuchaste a mí, pero vas a hacerlo ahora. No vuelvas a hacerme esto. No quiero que dentro de un tiempo vengas a mí diciéndome que te arrepientes y que fue un error. No voy a volver a pasar por esto. Ya me has hecho suficiente daño, así que ahora te pediría que me dejases en paz. ¿Vamos, Sara?

Así, saqué de dentro de mí todo lo que había ido acumulando durante mucho tiempo, (las dos veces que habíamos salido) y se lo eché en la cara. Podía ser que no le afectase mucho, pero yo estaba mejor, mucho mejor.

Yo y Sara anduvimos un rato calladas, hasta que ella me dijo:
- Lo has hecho! Estoy muy contenta por ti.
- No se cómo, pero lo he sacado todo.
- Te lo digo siempre. Todas las cosas que no dices, que no cuentas, se quedan ahí, en algún lugar siempre molestando y interfiriendo en tu vida. Esas emociones son las que te hacen bloquear y llorar. Porque acabas llorando no por algo que pasa, sino por todo lo que ya ha pasado sin que hiceras nada al respecto.
- Supongo que sí - suspiré - pero voy a echarlo de menos...
- Vaya tontería! Vas a olvidarte de él, eso es lo que vas a hacer.
- Bueno, supongo que podría intentarlo. Creo que pasar por esto me ha fortalecido.
- Claro que sí! Ah, y ahora que todo ha pasado, no tienes que estar siempre preocupándote por todo, no tienes que sentirte mal contigo misma, no tienes que hacer que tu vida te parezca peor... No tienes que estar siempre triste, - me miró a los ojos - puedes sonreír.

Lo hice, y me sentí mucho mejor: capaz de afrontar lo que me había pasado y todo lo que viniera de allí hacia adelante. Sonreí, mientras me prometía a mí misma que no iba a dejar que nada borrara esa sonrisa de mi cara si podía hacer algo para evitarlo. Descubrí que sí, podía sonreír, y que era maravilloso.

13 de agosto de 2011

Lágrimas


Sólo soy una pequeña gota de agua, ligeramente salada, creada a partir de una explosión de sentimientos en un corazón humano. La gente piensa que soy algo espectacular, ¡se han dicho montones de cosas sobre nosotras! Se nos compara con exquisiteces, fragmentos del más bonito cristal, sentimientos líquidos, emociones en forma de agua, pero en realidad, no somos más que eso, lágrimas. 

Hay gente que piensa que estamos almacenadas o algo así en algún lugar, algo que se podría llamar reserva de emoción pero eso no es cierto, simplemente somos creadas cuando se dan las circunstancias, cuando hay un cúmulo de emociones que necesita marchar por algún sitio, salir fuera. Entonces nacemos, con una función muy clara y concisa: desfogar al humano del que salimos. La mayoría de las lágrimas nacen y mueren el mismo día, nacen, y se deslizan por la mejilla de la persona que las engendró, llevando con ellas una emoción. Entonces o se secan aún en la piel, o se caen, al suelo, a las piernas cuando están sentados, a los pies… y allí se evaporan.

Pero hay algunas que, cómo yo, tenemos un destino diferente. Yo me creé hace ya un tiempo, estaba destinada a ser una lágrima de frustración e impotencia, dado que mi humano se sentía inútil, inservible. Entonces, creó algunas lágrimas, bueno, mejor dicho, nacimos sin pedirle permiso, sin que pudiera evitarlo, simplemente, su sentimiento se arremolinaba entorno nosotras, pidiendo a gritos una forma de desahogar este profundo dolor. Pero él no deseaba que saliéramos: le daba vergüenza llorar, le hacía sentir débil. Así que nosotras, llenamos sus ojos y yo estaba a punto de caer… pero él reprimió el impulso de llorarnos. Inspiró aire, y deseó con todas sus fuerzas recuperar su compostura, y canalizar la frustración que sentía de alguna otra forma. Seguramente sería de ira, con violencia, pero nosotras ya no pintábamos nada. Aún así, habíamos sido creadas y tragadas por él. ¿Ahora que? ¿Tenía que sentirme mal por no haber cumplido mi misión como lágrima? No había nadie que dijese que yo era cómo un pétalo de rosa blanca, nadie me compararía con ese destello de luz pura, porque no había llegado a ser lágrima del todo.

Hay algo que no he comentado antes, que es de cierta importancia: mucha gente, la mayoría, nos asocia con el sufrimiento y el dolor, pero hay muchas lágrimas que nacen para destilar emoción, para ser participes de la alegría de una persona, para transmitir un ataque de risa descontrolado.
Bueno, la cuestión es que yo me quedé deambulando por su ojo, reflexionando sobre todo esto mientras esperaba una ocasión de salir, otro colapso de sentimiento en su cabeza, algo que lo hiciera llorar.
Ahora que había podido pensar qué somos las lágrimas, empezaba a sentirme algo, porque, quieras o no, somos más que gotas de agua, somos mucho más que esas engreídas gotas de lluvia que dicen que de ellas nacen manzanas… en nosotras mueren sentimientos, así como nacen emociones. 

Somos capaces de hacer cambiar las cosas, de transmitir lo que nunca se podría expresar con música o palabras. Algo muy simple puede despertar en los humanos esa necesidad de nosotras.
Y en aquél momento deseé ser una lágrima de alegría, de un séquito interminable de carcajadas, de tener el poder de divertir a la persona que era mi “padre”. Una lágrima que no se recordara con la vergüenza de: "Lloré, no pude evitarlo, aún soy un niño", sino que fuera más cómo: "Dios mío, que risa, ¡si lloré y todo!" Quería sentirme una lágrima útil, una lágrima que hiciera feliz al hombre que me lloraría, no que le hiciera sentir dolor. Quería transmitir los mas bonitos sentimientos, quería ser recordada como una bella lágrima nacida de la alegría de un corazón desbocado.

No puedo saber por qué seré llorada, y sólo lo sabre segundos antes de morir, pero estoy orgullosa de ser lo que soy, porque mientras haya gente que vea que somos “trocitos de alma líquidos”, no tengo por que avergonzarme de ser una lágrima. Y aunque acabe siendo una lágrima de profundo dolor, seré una bonita lágrima que hará comprender a papá que no hay en llorar nada de vergonzoso, que llorar es solo una forma más de expresión.

Aquí acaba mi vida, siento que se acerca el momento de salir, tantas emociones que me rodean y que nos empujan para salir… No volveré jamás, pero marcho siendo una lágrima que se siente feliz de ser quién es, y de ser cómo es.

27 de julio de 2011

El Abismo

No puedo más, todo esto me supera. Ha llegado este momento en el que vuelvo a formularme la misma pregunta: ¿Vale la pena seguir intentándolo? Me decepciono a mí misma al no responder un sí rotundo sin dudar, pero eso es lo que siento: que ya no vale más la pena que siga luchando por esto, que lo único que me produce son fracasos y decepciones.

Quiero seguir, y lo sé, pero no puedo. Cada vez que me encuentro en esa situación es más insoportable, la sensación que querer escribir, pero sentirme incapaz de ello. Porque mi peor pesadilla es esa hoja en blanco, que continua esperando a que la llene de sentimiento y de vida.

Y sin embargo sigo sin poder. Tengo ideas que me rondan por la cabeza, intentando coger forma para devenir una historia, algo con un mínimo de sentido, pero lo único que consigo son argumentos aislados que no sé cómo relacionar cuando me pongo delante de esa temida hoja en blanco. Siento también la necesidad de expresarme, de dejar que esas ideas se exterioricen de algún modo, escribiendo. Pero me he cansado de sentirme tan inútil y vacía cada vez que me convenzo de volver a intentarlo y fracaso. Me entran ganas de llorar cuando me rindo y me voy, dejando la hoja tan muerta y vacía como estaba.

Este se suponía que era mi último intento, esa frase típica de “Venga ahora sí, que ahora saldrá todo mejor” y no sé si mejor o peor, pero por lo menos tengo algo, tengo estas palabras que me ayudan a no sucumbir aún, porque veo un negro abismo cerca y no quiero caer en él, ya que supondría dejar atrás mi sueño, este sueño que no dejo de perseguir des que era pequeña, esta ilusión de crear textos bellos que tengan una parte de mí y que puedan gustar a gente, hacerles sonreír, hacerles llorar,… Hacerles sentir lo que sentí yo escribiendo.

Pero ahora tengo esta sensación de estar corriendo en círculos, de esforzarme y no avanzar, de hacer intentos en vano, y no puedo más porque cada palabra que no me sale, cada sentimiento que no puedo transmitir es una herida en mi corazón, que amenaza en matarme. No quiero exagerar, pero desde siempre me ha asustado decepcionar los que esperan mucho de mí, y ahora veo que más miedo me da decepcionarme a mí misma, probablemente porque soy la que espera más de mí. Y por eso siempre que no puedo escribir se rompe un pedacito de mi autoestima, se derrumba algo en mi interior y aparece esa vocecita estúpida que me tormenta susurrándome: “Déjalo ya, nunca vas a conseguir nada bueno, nunca vas a escribir nada que guste, eres una fracasada, deja de desperdiciar tu tiempo y tus fuerzas en algo que nunca, NUNCA te va a hacer sentir realizada”.

Puede que esa vocecita tenga razón, quizás debería dejarme arrastrar hacia el abismo que se abre a mis pies y dejarlo todo, olvidar que ese era mi sueño y vivía por él.  Puede que tenga razón, pero aún así me niego a aceptarlo, me niego a caer en el abismo y me niego a renunciar a mi ilusión. Voy a seguir luchando aunque sea por textos cómo este, que aún no tener nada de bello, expresa cómo me siento y, espero, despertará una reacción en aquellos que se interesen en leerlo.

18 de julio de 2011

Dulces Sueños

Cierro los ojos y inspiro. Noto como el aire llena mis pulmones trayendo con él un poco de esperanza. Suspiro aún con los ojos cerrados, diciéndome que todo irá bien, que mañana va a ser un gran día, uno maravilloso. Abro los ojos y sonrío. Tal vez no sea verdad, tal vez me haya mentido a mi misma, pero ya no me importa. Lo único que sé ahora es que tengo fuerzas para salir adelante un día más, para seguir mi camino. Sonará típico, y lo es, pero eso es lo que siento, y puede que mañana sea realmente un gran día.

Tumbada en mi cama, con las luces apagadas, esos son mis pensamientos mientras intento dormirme. Me deseo dulces sueños, aunque no sé si los merezco. A quien quiero engañar: no estoy bien, mis sueños no van a ser dulces. Me gustaría tener alguien a mi lado, alguien que me dijera todo eso que deseo oír, todas las cosas que me digo yo misma cada noche. Sólo necesito eso, un susurro, unas "buenas noches", un beso.

Me siento sola. La oscuridad aumenta esa sensación de vacío que siento dentro de mí. En realidad no solo me siento sola, sino que lo estoy: completamente sola. Llegado este punto, ya no me basta con desearme suerte a mi misma, ya no me basta con desearme esos dulces sueños que ansio. No puedo con todo, ya no puedo soportar nada más yo sola. He ido aguantando todo ese tiempo, pensando que era capaz, convenciédome de que era fuerte. Pero no lo soy, nunca lo he sido.

Quiero creer, quiero mantener viva la esperanza que algún día llegara alguien que me desee los Dulces sueños, quiero pensar que toda esa lucha servirá de algo, que todo lo que sufro tendrá su recompensa. Ha pasado tanto tiempo... y yo sigo igual, perdida sin saber muy bien cual es mi lugar en este mundo, aunque luche por encontrarlo, o por encontrar esa persona que me ayude a buscarlo.

Cierro los ojos y inspiro. Siento como el aire llena mis pulmones de aire sucio y vacío. Suspiro, aún con los ojos cerrados para evitar una lágrima , y me digo que tengo que aguantar más, que no puedo rendirme ahora, que aún queda esperanza. Puede que sea lo único que me queda, esa esperanza que guardo de manera irracional como un preciado tesoro. Abro los ojos. Solo resiste un poco más antes que algún día llegue ese alguien a quien podrás oir susurrar un simple "Dulces sueños".