29 de agosto de 2013

Cazadores de belleza



Los dos hombres se detuvieron al llegar a la cima de la colina. Des de allí, podían vislumbrar un amplio paisaje de una belleza excepcional, que era justo lo que deseaban. Sin decir una palabra, los dos empezaron a prepararse para realizar sendos trabajos: Uno de ellos, el más alto, quitó con delicadeza el trapo que cubría su caballete y sacó de su bolsa una caja de pinturas y una paleta. El otro, de estatura más baja, sacó una bonita pluma y un bloque de notas de su bolsa. Los dos se sentaron cerca el uno del otro, pero no lo suficientemente cerca como para molestarse en su trabajo.
El pintor, que se llamaba Hans, cogió un trozo de carbón y empezó a trazar líneas sobre la tela en una reproducción  de lo que contemplaban sus ojos. El escritor, Bruno, cogió su pluma y empezó a escribir palabras, las palabras que le transmitía aquella visión maravillosa del paisaje.
Pasaron una hora trabajando en silencio, cada uno concentrado en su tarea y absorbidos por el arte. El pintor mezclaba sus pinturas para conseguir los tonos que más se parecieran a la realidad, y sólo escogía para su cuadro aquellos que le parecían más exactos. El escritor, buscaba la palabra que mejor encajaba en cada lugar, la que mejor describía aquel paisaje.
Después de un rato más, ambos pararon, como si la inspiración les hubiera abandonado y se quedaron contemplando sus respectivas obras, analizándolas. Hans y Bruno eran bastante amigos, se conocían desde jóvenes y el amor al arte los había mantenido muy unidos. Se conocían bastante bien, y se comprendían, y por ese motivo ni el uno ni el otro decía nada, por respeto a la concentración y el trabajo del otro. Aun así, también sabían que había momentos en que uno se bloquea, y en esos momentos lo mejor es hacer un descanso, así que Hans dijo:
-                               Este paisaje se me resiste.
-                     Sí, lo mismo me parece a mí. Es curioso, llevo rato escribiendo pero tengo la sensación que no soy capaz de transmitir todo lo que el paisaje me dice.
-                     Lo mismo me ocurre a mí: ¿qué puedo decir con cuatro líneas y colores? ¿Cómo pueden compararse con esta realidad? Este cuadro no es más que una mala aproximación a la belleza de la vida.
-                     Tú dices de la pintura, pero ¿Cómo pueden conseguir las palabras transmitir una imagen? Nada puede igualar el hecho de estar aquí contemplando la excelencia de la naturaleza.
Después de esas palabras, los dos artistas se quedaron reflexionando para ellos mismos. Hans, el pintor, se decía que con pintar la imagen nunca sería suficiente. ¡Había tantas cosas que no se podían deducir de un dibujo! Se imaginó su obra expuesta en una galería, y pensó que la persona que lo contemplara no podría sentir la vida que impregnaba el paisaje. Supo que nunca podría conseguir que oliera el perfume de jazmines y tierra mojada que embriagaba sus sentidos. Se percató que quien lo mirara nunca sentiría la brisa sobre su piel, ni el calor del sol de verano. Pensó que no sólo se perdería todo esto, todos esos olores y sensaciones que formaban parte del paisaje, sino que vio que jamás podría capturar el constante movimiento de la naturaleza.
Quien viera aquel cuadro, no sabría que las hojas de los árboles caían como una lluvia de verdor, no sabría que los animales correteaban entre las flores, no oiría el canto de los pájaros que alzaban el vuelo sobre las copas de los árboles y que amenizaban aquel espectáculo.  El espectador sólo se quedaría con una parte ridícula del paisaje, contemplaría sólo las formas y colores y la disposición de los elementos, vería que hay árboles, pero no sabría que danzaban con el viento. Vería la existencia de flores, pero no sabría el perfume que producía la mezcla de sus aromas. Vería un río, pero no podría escuchar el suave rumor del agua. Vería algunos pájaros, pero no sabría que melodía cantaban.
Mientras Hans estaba pensando sobre todo esto, también Bruno se encontraba perdido en sus cavilaciones: pensaba que, leyendo el texto que estaba escribiendo, no podría conseguir que el lector viviera la experiencia que él vivía. En su texto, había descrito el olor de los jazmines y de la tierra, del aire y de las plantas, pero cada lector crearía una idea de perfume en su cabeza. Él había escrito que los pájaros cantaban, y los había comparado con una orquestra de vientos tocada por tímidos infantes inexpertos, pero sabía que cada uno interpretaría la melodía a su manera.
Por mucho que él intentara describir de forma precisa y con detalle todo lo que veía, estaba seguro que, tras la lectura del texto, cada persona habría creado en su mente su propio paisaje, que podía distar mucho del paisaje original. El pintor se quejaba, pero Bruno sabía que él no tenía modo de describir los colores. Lo intentaba, decía que los jazmines eran “del color violeta más delicioso que había visto nunca, como si los hubieran pintado de dulzura”, pero no era suficiente. No podía describir nada con la exactitud que él deseaba.
Bruno y Hans se miraron, y supieron que estaban pensando lo mismo. Todos los artistas pasan por momentos en que creen que su trabajo no es lo suficientemente bueno, que nunca podrá competir con la realidad. Pero nadie dice que el objetivo sea competir con la realidad.
-                     Amigo, puede que nunca puedas pintar en  tu tela toda la vida que tiene este paisaje, pero de eso se trata, que mediante tu pintura los espectadores puedan imaginar esa vida y dar rienda suelta a su creatividad.
-                     Tienes razón, Bruno: puede que tus textos no puedan transmitir el color o el olor exactos, pero lo verdaderamente mágico es que a partir de la idea subjetiva que tú les das, los lectores interpreten el paisaje a su forma. Y así en todas las artes. No tienes que pretender reflejar la realidad sin más, sino dejar que cada uno reciba tu obra y la interprete. Al fin y al cabo, esto es el arte.

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